Los Audi RS son, hoy día, toda una declaración de intenciones. Son máquinas espectaculares en cuanto a prestaciones, diseño y equipamiento, pero también son máquinas que no parecen tener mucho sentido. No tienen mucho sentido, principalmente, si el coche aplica el concepto original: carrocería familiar, motor muy potente y puesta a punto muy racing. En otros casos, al final son versiones muy deportivas, pero en carrocerías, digamos, más normales.
¿Qué se les pasó a los ingenieros de Audi para crear algo así?. Pues no lo sabemos muy bien, pero en la década de los 90, Audi estaba en pleno proceso de conversión, estaba camino de convertirse en marca premium y necesitaba demostrar que podía hacer cosas especiales. Para ser un premium, con todas las de la ley, hay que poder ofrecer vehículos de gran calidad, bien diseñados y bien equipados, pero también hay que saber crear coches especiales, muy especiales. Mercedes llevaba décadas haciendo cosas muy especiales, BMW también había empezado a recorrer ese camino hacía tiempo y Audi, se quería estar a su altura, no tenía más remedio que hacerlo también.
El Audi RS2 siempre será objeto de deseo y la quintaesencia de los deportivos de los 90
Las muestras del buen hacer de Audi son muchas, desde los primeros Audi 100, allá en la década de los 70, hasta los Audi 200 o el genial Audi quattro. Pero todo cambió con el Audi S4 y sobre todo, con el brutal Audi RS2, el primero de la saga, un coche que sorprendió a todo el mundo por concepto, por prestaciones y por realización. Aunque, todo sea dicho, se hizo un poco de trampa y se recurrió a Porsche para que colaborara en el proyecto.
Porsche, además de sus deportivos, es famosa por su consultoría de ingeniería, trabajando para muchos otros fabricantes en toda clase de proyectos. Sin embargo, es curioso ver cómo comenzaron colaborando en un pequeño proyecto y hoy están integrados en el mismo grupo industrial. Esto se debe, obviamente, a Volkswagen, que ya había trabajado anteriormente con Porsche y en esta ocasión, vio una oportunidad perfecta.
Hablar del Audi RS2 es hablar de un mito, de un coche tan fuera de lo normal, que no importa nada de lo que venga después, siempre será un objeto de deseo y la quintaesencia de los deportivos de los 90. Sobre todo, porque no había nada igual en aquellos años, y mucho menos bajo la silueta de un coche familiar. Por prestaciones, era capaz de batir al Ferrari 328, al Porsche 911 Carrera y dejar en mal lugar al BMW M5. Era una bestia que ocupó cientos de portadas de revista.
El proyecto “P1”, tal y como se conoce al desarrollo del Audi RS2, fue uno de los primeros proyectos de Ferdinand Pïech, un tipo que casi merece un artículo para él solo. Cuando puso en marcha la creación de este coche, los ingenieros de Audi estaban enfrascados en el desarrollo de los que fueron, finalmente, los coches que introdujeron a Audi en el segmento premium: los Audi A4, A6 y A8. Por ello y sabiendo como trabajaban en Porsche, Pïech decidió ponerse en contacto con la marca. No en balde, había estado trabajando en la firma de Stuttgart en los 60 y a inicios de los 70. Además, tampoco debemos olvidar que Audi fabricó los Porsche 924 y Porsche 944.
Analizado detenidamente, se pueden ver los elementos de origen Porsche, pues en ningún momento se pretendió esconder su procedencia. Lo más descarado son las pinzas de freno, donde se lee perfectamente la denominación de la firma alemana. No obstante, la verdadera magia está bajo el capó, donde se esconde un bloque de cinco cilindros turbo, el mismo del Audi S2, pero con algunos elementos específicos. Michael Hölsche, ingeniero responsable del motor (es uno de los responsables del V10 del Porsche Carrera GT), cambió el turbo por uno un 30% más grande soplando a más presión, montó árboles de leva específicos, nueva electrónica de Bosch, nuevos inyectores, un colector de escape con mayor flujo y un intercooler más grande. El resultado, conocido por todos, son 315 CV a 6.500 rpm y 410 Nm de par a 3.000 rpm.
Las cifras eran de auténtico deportivo: 0 a 100 km/h en 5,4 segundos; 0 a 200 km/h en 22,7 segundos; velocidad máxima de 262 km/h y una relación peso-potencia de 5,1 kg por caballo o, dicho de otra forma, 197,5 CV por cada 1.000 kilos de peso.
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