El tiempo pasa volando, espectacularmente rápido. Se dice, que una vez que cumples 18 años, la vida es un suspiro y a veces, parece que dicha afirmación afecta de pleno. Hace dos días, como se suele decir, estábamos encerrados en casa sin poder salir por culpa de una pandemia que parecía imparable y ahora, estamos preparando ya las vacaciones en plena ola de calor. Y ojo, porque ese encierro ocurrió hace nada menos que dos años.
Dentro de nada estaremos tomando las uvas y celebrando que comenzamos el año 2023, una fecha que parece de ciencia ficción. Por eso, echando la vista atrás y analizando algo que tanto nos gusta como son los coches y todo lo que les rodea, puedes apreciar todavía más el paso del tiempo. Y si por si acaso alguien no nos cree, vamos a recordar en esta ocasión una creación que tiene nada menos que 22 años, aunque a simple vista no lo parezca.
Nuestro protagonista se presentó oficialmente en el año 2000 y su objetivo no era otro que celebrar el 70 aniversario de una compañía mítica: Pininfarina. Para semejante efeméride, el carrocero de Turín diseñó un coche que, a finales del Siglo XX, sorprendió por su pureza de líneas y por su presencia, escondiendo bajo su silueta un Ferrari 550 Maranello. Concretamente, hablamos del Pininfarina Rossa 2000, una barchetta de la que solo existe una unidad y que además, recogía el testigo de otro concept car que también sorprendió en su momento: el Ferrari Mythos, que se tomaba como base de partida el Testarossa y vio la luz en 1989.
El Pininfarina Rossa (también conocido como Ferrari Pininfarina Rossa, o simplemente, Ferrari Rossa), se mostró al público en el Salón del Automóvil de Turín del año 2000, acaparando gran parte de la atención de los medios y recibiendo una crítica muy buena. Como cabe esperar, sobre todo porque solo existe una unidad, nunca pasó a producción y quedó como un ejercicio de diseño para la celebración de los 70 años de vida de Pininfarina. Una celebración que bien merece ser recordada.
Barchetta pura con motor delantero
Para el diseño del Rossa, Pininfarina optó por un estilo de carrocería típicamente italiano, muy popular en los años 60 para competición y que representa la esencia más pura del automovilismo, o al menos, una forma de entender esa esencia. Las barchettas son coches sin techo, ni siquiera tienen una sencilla lona para tapar el habitáculo y, por tanto, son automóviles pensados únicamente para disfrutar o bien, como ya se ha comentado, para competir. La ausencia de techo permite, además, lograr diseños fluidos y sencillos, pero al mismo tiempo, espectaculares y muy deportivos, dos características que casan a la perfección con los objetivos de Ferrari y también de Pininfarina.
Así, el Ferrari 550 Maranello se transformó de manera drástica, con una silueta que, comparada con los diseños actuales, puede resultar incluso demasiado sencilla. Pureza de líneas sin necesidad de artificios, caracterizadas por un largo morro inclinado, que tenía una abertura por donde se asomaba parte del propulsor y por una cabina que estaba precedida de un parabrisas de una sola pieza y secundada por dos arcos tras los asientos integrados en la misma carrocería. Tras las ruedas delanteras, una solución que llamó mucho la atención en su momento, pues Pininfarina dio forma a dos aletas que tenía como función estabilizar el flujo de aire y mejorar el comportamiento del mismo al pasar por las ruedas, uno de los mayores puntos de turbulencias en un automóvil.
El Pininfarina Rossa era un coche totalmente funcional, que para ser conducido había que abrir mediante un tirador que se encontraba en el interior de las puertas. No había tirador exterior, evitando así “romper” la sencillez de sus paneles exteriores. El habitáculo tenía únicamente dos asientos, ambos separados por un notable túnel central del mismo color de la carrocería. De hecho, el habitáculo parecía fundirse con la carrocería compartiendo elementos.
Nunca se publicaron sus prestaciones
Cuando hablamos de un Ferrari, aunque sea un prototipo, las cifras de prestaciones tienen su importancia, sin embargo, en el caso del Rossa nunca se llegaron a publicar. Es más, ni siquiera se midieron ni homologaron, pues no había intención de llevar el coche a producción. No obstante, conociendo la base empleada para su creación, las prestaciones tienen que ser, lógicamente, muy buenas.
El chasis del Pininfarina Rossa era el mismo del 550 Maranello, pero se modificó y se reforzó para evitar la pérdida de rigidez que conlleva la ausencia de techo. Por tanto, tenía una estructura tubular de acero con una célula central muy rígida, que se veía asistida por unas suspensiones de doble horquilla en cada rueda, amortiguadores de control electrónico (con dos posiciones: normal y sport) y barras estabilizadoras. La dirección tenía asistencia variable, tenía ABS de cuatro canales y los frenos eran curiosamente pequeños comparados con el equipo que monta cualquier deportivo actual: discos de 330 milímetros de diámetro delante con pinzas de cuatro pistones y rotores traseros de 310 milímetros.
Asomando por el largo capó delanteró, estaba el mismo V12 de 5.5 litros del Ferrari 550 Maranello, un propulsor que derivaba del bloque que daba vida al Ferrari 456 GT, aunque se había evolucionado con elementos de aleación, cilindros tratados con Nikasil, pistones forjados Mahle y bielas de titanio. Rendía 485 CV a 7.000 revoluciones y un par de 568 Nm a 5.000 revoluciones. El cambio era manual de seis relaciones y se combinaba con un diferencial de eslizamiento limitado.
Después de su aparición en el Salón del Automóvil de Turín en el año 2000, el Pininfarina Rossa pasó a formar parte del museo de Pininfarina, donde actualmente se encuentra.
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