Javi Martín | 12 julio, 2025
Clásicos


Pocos coches hay que puedan impresionar tanto, con solo verlo aparcado, como lo hacía en su momento el Chrysler Viper GTS. Y sí, has leído bien, Chrysler Viper. La víbora yankee llegó a Europa bajo el logo de Chrysler y no de Dodge, aunque era un cambio que realmente no suponía nada de nada, pues en realidad el coche era el mismo que se vendía con el carnero en el frontal.

Cuando se presentó el Viper GTS, muchos lo consideraron como una versión añadida al Viper RT/10, el “original”, el primer Viper de producción cuya carrocería roadster era bastante radical. Pero, en realidad, el Chrysler Viper GTS era mucho más que una versión con carrocería coupé del RT/10, hablamos de coches con suficientes diferentes como para tratarlos como dos modelos diferentes. Y no solo se trata de las ventajas que ofrecía una carrocería coupé –rigidez, aerodinámica, usabilidad… –, la puesta a punto era diferente y el motor, tras algunos retoques, era más potente. Para colmo, el Viper GTS también era más ligero.

La puesta en escena del Dodge Viper, a comienzos de los años 90, puso a medio mundo en pie, al tiempo que provocaba un enloquecimiento de los aficionados, especialmente en Estados Unidos. Con el Viper se buscó recuperar la esencia del superdeportivo norteamericano, algo así como un Shelby Cobra modernizado, de hecho, se optó por una serpiente para la denominación por eso mismo, porque era algo así como el Cobra moderno.

Es justo reconocer que en muchas cosas lograron su objetivo; el Viper era un automóvil espectacular, realmente radical y casi sin igual en el mercado, aunque, todo hay que decirlo, no era tan rápido como sus principales rivales europeos y japoneses. De todas formas, la potencia y la velocidad no siempre lo son todo, hay ocasiones en las que vale más un torrente de sensaciones. Es ahí donde apuntaba el Dodge Viper, a las sensaciones, aunque no prescindía, como cabe esperar, de prestaciones.

Un motor descomunal, un largo morro y unas formas esculturales, señas de identidad del Viper

Como bien decíamos al inicio, no había nada que pudiera equiparse al Chrysler Viper GTS. Su diseño era escultural, rotundo y completamente agresivo; nadie, en su sano juicio, podría dudar sobre las capacidades del coche: deportividad, potencia, velocidad… Cada curva, cada volumen estaba destinado a dejar clara su personalidad y sus capacidades. Era brutal, tanto como su personalidad y el carácter de su propulsor.

El Viper GTS no era un coche pequeño precisamente. La longitud se iba hasta los 4,49 metros, la anchura era de 1,92 metros y la altura se quedaba en unos escuetos 1,20 metros. Sus proporciones, posiblemente, eran lo que más llamaba la atención, con un habitáculo casi sobre las ruedas traseras y un frontal largo como un día sin pan, con el eje delantero a más de un metro del conductor. Espectacular como pocos, incluso destacaba junto a coches como el Lamborghini Diablo, y eso es decir mucho.

 

Todo lo que se veía por fuera, era un adelanto, una “vista previa” de lo que había por dentro. De primeras, su enorme capó delantero daba cobijo a un propulsor tan absurdo como apasionante: un descabellado V10 de 7.990 centímetros cúbicos, con distribución por árbol de levas central, varillas y balancines. Sus pistones no solo eran grandes –101,6 milímetros de diámetro–, también tenían una carrera muy larga –98,5 milímetros–. Seguro que habéis escuchado que este motor, el corazón del Viper, procedía de un camión, del segmento del transporte pesado. Y en parte es verdad, pero solo en parte.

Sin embargo, eso no es lo importante, en realidad, los 384 CV a 5.200 revoluciones y 62,7 mkg a 3.600 revoluciones son las cosas en las que se debería centrar la atención. Son más de 600 Nm a menos de 4.000 revoluciones, es una barbaridad que se debía gestionar con un cambio manual de seis relaciones. Muchos conductores actuales sentiría más que respeto si tuvieran que lidiar con este coche ahora.

 Rápido y brutal, pero contra todo pronóstico, muy dócil

Las cifras que se anunciaban en su momento eran salvajes, no cabe duda, pero si echamos un vistazo a la pruebas de la época, hay cosas que sorprenden. Por ejemplo, Chrysler no declaró el consumo por ciudad, ¿no querían asustar a los posibles compradores? El consumo medio –entonces se le conocía como “consumo mixto”– era de 18,4 litros cada 100 kilómetros, así que en ciudad debería rondar los 21 litros.

Otro detalle llamativo era el peso: 1.535 kilos. Para lo que se estila en este tipo de coches, se puede considerar ligero, sobre todo comparado con los modelos más modernos, que incluso con fibra de carbono en cantidades ingentes, superan esa cifra notablemente. Y si quieres más detalles interesantes, tenemos las medidas de las ruedas. Delante montaba gomas 275/40 ZR 17 y detrás 335/35 ZR 17. Hoy, un utilitario como el Renault Clio, monta llantas de 18 pulgadas y 215 milímetros de ancho con 145 CV…

Claro; el Viper GTS procede de otro tiempo, tiene más de 20 años y aun así, sus datos producen respeto. Aun así, las revistas de la época describían un superdeportivo que, si no abusabas del acelerador, era dócil como un perrito bien adiestrado. Era suave en la entrega de potencia, controlable… Quizá demasiado, pues provocaba que la confianza aumentarse y luego pasaran cosas, pues había mucho poderío disponible. En cuanto a su pilotaje –no es lo mismo ir a por el pan, que atacar una carretera de montaña “a saco”–, era una cuestión bien distinta, no apto para usuarios sin experiencia en este tipo de vehículos.



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