La NASCAR (National Association for Stock Car Auto Racing) no es una competición que tenga mucha importancia en Europa, aunque básicamente podría considerarse un campeonato de turismos en sus inicios como los que tenemos aquí, pero al estilo yankee. Hoy es un campeonato tipo “siluette” cuyos coches poco tienen que ver con los que en realidad representan y cuenta con una normativa que favorece el espectáculo por encima de otras consideraciones.
Son carreras bastante espectaculares, donde se pueden ver hasta 40 coches circulando a velocidades de órdago luchando en un óvalo por cada centímetro de pista. Los accidentes están a la orden del día, siendo tan espectaculares como todo lo que rodea a este campeonato y su repercusión mediática es tremenda. La Fórmula 1 parece una broma al lado de este evento norteamericano, aunque también es cierto reconocer que pocos son capaces de ganar a los yankees cuando se trata de hacer un “show” de casi cualquier cosa.
El Charger Daytona significó un golpe encima de la mesa por parte de Dodge en la NASCAR
No obstante, aunque es un campeonato que no tiene repercusión en Europa, hay cosas que sí que llegan hasta el Viejo Continente y acaban por lograr la misma consideración que en su tierra natal. Por lo general, suele ocurrir con las máquinas, pues los coches al fin y al cabo, son máquinas y frente a un auténtico aficionado su origen poco importa. Importa la historia, los logros conseguidos, lo que supuso en su momento y cosas intangibles como su sonido o las sensaciones que despierta cuando lo tienes enfrente.
Uno de esos coches que siembra respeto tanto aquí como al otro lado del Atlántico, es el Dodge Charger Daytona, el primer automóvil que alcanzó las 200 mph (321 km/h) en una prueba de la NASCAR. ¡Ojo! No confundir el Dodge con el Plymouth Runner Superbird, no son el mismo coche, sólo se parecen.
El Dodge Charger Daytona marcó un antes y un después en Estados Unidos. Su aspecto era espectacular, dejó a todos los rivales anticuados de un sólo golpe y además, hizo que parecieran lentos, que es todavía peor. Fue un coche muy controvertido, pues era tremendamente rápido, tanto, que los Goodyear y Firestone, suministradores de neumáticos para la NASCAR a finales de los 60, declararon que no podían suministrar neumáticos capaces de soportar de forma segura las velocidades del Charger Daytona. Sólo estas declaraciones ya convierten al modelo en algo especial y muy deseable. Lo convierte en una bestia.
La historia del Dodge Charger Daytona comienza en 1968, cuando “Special Vehicles Group” de Chrysler comenzó a experimentar en busca de soluciones aerodinámicas para el Dodge Charger de producción. El Charger no estaba teniendo un buen papel en las pistas de carreras y la compañía norteamericana quería remediarlo en lo posible. En plena era de los Muscle Car no podía permitir que los rivales ganaran en pista, porque eso se trasladaría a las ventas. Los cambios que se efectuaron son de sobra conocidos, destacando el enorme alerón trasero que resultó ser así para poder abrir la tapa del maletero según unos, mientras que es así de alto para salvar la línea de techo, según otros.
Además, se engrasaron los cristales para evitar turbulencias, se redujo la presión del aire en los guardabarros delanteros y tras algunas pruebas en túnel, se logró reducir el coeficiente de resistencia (Cd) a 0,28. Para que sirva de ejemplo, un McLaren F1 logra 0,32.
Tan solo se fabricaron 503 ejemplares, los suficientes para lograr la homologación de la NASCAR. Se usaba como punto de partida la plataforma del Charger R/T de 1969, incluido el enorme bloque de 440 pulgadas cúbicas, o dicho de otro modo, el V8 Magnum de 7,2 litros o bien, el V8 HEMI 426 (7.0 litros) algo más potente del que tan solo se vendieron 70 unidades.
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