La tracción delantera fue una odisea durante muchos años, sobre todo por el diseño y resistencia de las juntas homocinéticas. Finalmente se logró desarrollar el sistema y actualmente, la enorme mayoría de automóviles tienen tracción delantera. No es un mal sistema, pues facilita algo la conducción, permite un habitáculo más amplio y abarata un poco el desarrollo y la fabricación de un automóvil, pero ya sabemos todos que no pueden gestionar elevadas cifras de potencia, o al menos, no podían.
No obstante, aunque la denominación de Studebaker Avanti puede hacer pensar en una tracción delantera, nada tiene que ver con esta. En realidad, el Studebaker Avanti hacía referencia a “avanzar”, a “ir hacia delante”, “evolucionar”.
El Studebaker Avanti debe su diseño a Raymond Loewy, padre de la botella de Coca Cola, el logotipo de Shell o el paquete de cigarrillos de Lucky Strike
En la década de los 60, Studebaker no estaba precisamente en su mejor momento y los que dirigían la empresa quisieron darle un giro tanto en cuestión de imagen como tecnológico y técnico. Lo primero que hacen es contactar con uno de los mejores diseñadores americanos del momento, Raymond Loewy, a quien le encargan el proyecto de crear un punto y aparte en el mercado del automóvil americano, algo que rompiera con todos los moldes y marcara un antes y un después.
Para quien no conozca a Raymond Loewy, vamos a comentar que, entre otras cosas, fue el diseñador del paquete de cigarrillos Lucky Strike, del logotipo de Shell o de la botella de Coca Cola. Era un tipo cuyo lema era “lo feo no vende” y era tan quisquilloso, que todo coche que compraba acababa modificado porque no soportaba desplazarse en un coche cualquiera. Y ojo, porque no iba “descalzo”, en su garaje tuvo un Jaguar E, un Lancia Flaminia o un BMW 507.
Cuando diseñó el Studebaker Avanti, estaba creando el coche de sus sueños o, como poco, uno que se acercaba mucho a su coche perfecto, pues se dice que fue su obra definitiva. Tardó menos de 40 días en acabar con el diseño, aislado en el desierto de Mojave, según dicen, con pizza, arcilla y tres ayudantes colaboradores. Puede que el resultado no sea del gusto de todo el mundo, pero está claro que no deja indiferente a nadie y no se parece a nada que se hubiera hecho en la década de los 60. Sólo la ausencia de calandra ya era una innovación que rompió los esquemas a muchas personas.
Sin embargo, lo sorprendente del exterior no puede compensar la decepción que se llevaron muchos con su apartado técnico. La carrocería va atornillada al chasis, que se toma de otros modelos de Studebaker anteriores, al igual que los trenes rodantes, con un eje delantero independiente y un eje trasero rígido con ballestas. Delante tenía frenos de disco con asistencia, pero detrás eran de tambor, y una dirección de tornillo sinfín con demasiadas vueltas entre topes.
No fueron impedimentos reales para que el coche, desde el principio, fuera un éxito. Sí, efectivamente, todo apuntaba a que sería un estrepitoso fracaso, pero no es el caso, al menos al comienzo. El fracaso llegó, pero no fue instantáneo. Los problemas llegaron por su carrocería de fibra de vidrio, ya que el suministrador ejecutó mal los planos y los paneles no ajustaban bien en la línea montaje, creando problemas en la fabricación que luego se notaban en el tiempo de entrega. Los clientes se cansaban de esperar y anulaban pedidos y la producción no acababa de tomar ritmo.
Otro punto era el chasis, que tenía más de 10 años cuando se comenzó a diseñar el Avanti y además, tenía que lidiar con motores bastante potentes. De hecho, durante algún tiempo fue uno de los coupés deportivos más potentes del mercado yankee. La primera serie tenía un V8 de 4.722 centímetros cúbicos (289 pulgadas cúbicas), con carburador de cuatro cuerpos y 240 CV a 4.800 rpm. También hubo una versión con sobrealimentada por un compresor Paxton (se pagaba aparte) con 289 CV. El peso se quedaba ligeramente por debajo de los 1.500 kilos (1.440 kilos).
Studebaker acabó quebrando tres años después por falta de liquidez.
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