Si hubiera que elegir una época en la cual la industria automovilística destacara por diseño, esa fue sin duda la década de los 60. Quizá parte de los años 50 también mereciera estar entre las mejores épocas en cuanto a diseño se refiere, pero en los años 60 nacieron algunos de los coches más bellos y más buscados por los coleccionistas actualmente.
Podemos enumerar algunos ejemplos, como el Lamborghini Miura, un icono que lo cambió todo en el segmento de los deportivos. O bien, el más que mítico Ferrari 250, cuyas numerosas versiones dominaron los circuitos y ahora, dominan las subastas de coches clásicos. En los años 60 también nació el Ford Mustang, el Porsche 911, el Chevrolet Corvette Sting Ray, el AC Ace y el brutal Shelby Cobra, el Maserati Sebring, el Aston Martin DB5… ejemplos de alto copete, ciertamente, pero son una muestra perfecta de hasta dónde llegaba el automóvil en aquellos años.
Es posible que estéis pensando en otros modelos, pero no se puede negar que se han mencionado algunos de los más carismáticos y representativos. El caso es que muchos de ellos son europeos, grandes deportivos de elevadas prestaciones que fueron la referencia para muchos usuarios y cautivaron a muchos acaudalados conductores. En Estados Unidos, especialmente, los grandes deportivos europeos de los años 50 y luego, de los años 60, tenían un abono perfecto para perdurar y echar raíces gracias a su diseño y, obviamente, a sus prestaciones.
Aquella hegemonía, o invasión como lo llamaron algunos, sirvió para que algunos fabricantes americanos dieran un giro a sus productos, para adoptar, en parte, el concepto de automóvil deportivo europeo. Entre ellos, como seguro que todos sabéis, destacaron el Corvette y el Mustang, pero hubo otros menos conocidos pero que, sin embargo, encontraron una forma totalmente diferente de “atacar” esa idea. ¿Qué mejor que combinar un motor norteamericano con un diseño italiano?
Nacido entre dos continentes
La verdad es que el desembarco de los deportivos europeos, sobre todo británicos, había comenzado en los 50, pero no hubo una respuesta clara hasta finales de la década, comienzos de los 60. Durante ese período de tiempo, muchos hicieron sus cábalas, forjaron alianzas y comenzaron con su trabajo para poner en circulación su particular visión del coche europeo al estilo yankee.
Uno de esos tipos atrapado por la idea de hacer su propio coche europeo al estilo U.S.A. fue un joven ingeniero estadounidense llamado Milt Brown, quien quería desafiar a los GT del “Viejo Continente” con deportivo nacido entre dos tierras, un automóvil que combinara el concepto de coche deportivo europeo (ligereza, diseño) y la fuerza bruta de los deportivos yankees (motores V8 de gran cilindrada).
Durante el Gran Premio de Mónaco de 1960, Milt conoció a una persona que le ayudaría a dar vida a ese coche que tantas ganas tenía de crear: el empresario húngaro Frank Reisner. Es posible que no os suene su nombre, pero Frank es el fundador de Costruzione Automobili Intermeccanica, afincada en Turín, Italia. Fue un encuentro casual, que forjó una colaboración que daría como resultado un coche injustamente desconocido: el Apollo GT.
No obstante, antes de comenzar a trabajar en el proyecto, Milt Brown tuvo que fundar la empresa International Motor Cars, con sede en Oakland (California). Empresa que posteriormente se encargaría del montaje de los diferentes componentes que daría forma al Apollo GT, mientras que Intermeccanica se encargaría de fabricar la carrocería en Turín (Italia).
El proyecto del Apollo GT fue un éxito, pero los costes acabaron con él en pleno auge de ventas
En proyecto fue un éxito, pero los costes acabaron con él en pleno auge de ventas. Comenzar con una empresa desde cero no es ni mucho menos sencillo, pero empezar con una empresa centrada en el diseño y fabricación de automóviles es todavía peor. Hace falta grandes cantidades de dinero en inversión, que tardan mucho tiempo en recuperarse, por eso, muchos de estos pequeños fabricantes recurren a componentes de marcas reconocidas para poder avanzar.
Brown decidió que esos componentes reconocidos serían de Buick, en concreto, todo el tren motriz del Buick Special, es decir, un V8 de 3.500 centímetros cúbicos capaz de desarrollar 225 CV, unido a un cambio manual de cuatro relaciones. Buick también suministraría suspensiones y dirección, que serían revisados y adaptados a sus nuevas exigencias. El chasis fue una creación del propio Milt, mientras que el diseño corrió a cargo de su amigo y socio Ron Plescia.
Pero no todo acabó aquí, porque el diseño de Ron contaba con algunas características que no acabaron de convencer ni a Brown ni tampoco a Frank, que tenía que fabricarlo. Para solucionar estos detalles, se recurrió a nada menos que Franco Scaglione, quien por entonces estaba trabajando en Bertone.
Todo iba sobre ruedas (nunca mejor dicho) y el Apollo GT tenía cuerpo y corazón, pero las cosas comenzaron a complicarse. El coche era un éxito, los pedidos no dejaban de llegar y la fábrica trabajaba al máximo de sus posibilidades, pero era un trabajo lento. La carrocería, casi artesanal, se fabricaba en Italia y de allí, cruzaba el Atlántico para llegar a Estados Unidos, donde se completaba el montaje. El envío de las carrocerías era muy caro, al igual que el proceso de fabricación de la misma, y el posterior montaje de todos los componentes. Esto hacía del Apollo GT un coche muy caro, tanto como sus principales rivales, pero con una tirada de producción mucho menor.
International Motor Cars decidió aumentar el ritmo de producción para poder cubrir la demanda y con suerte, los costes, pero aumentar la cadencia también requiere dinero y las deudas se acumulaban. Así, por culpa de las deudas que los acreedores no perdonaban y por el aumento de los pedidos que no se podían satisfacer, International Motor Cars echó el cierre en 1965 al declararse en bancarrota.
Hubo versiones descapotables, un Apollo GT con motor V8 de 5.000 centímetros cúbicos y 250 CV e incluso una unidad con motor de Corvette fabricada en 1966.
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