Aston Martin ha estado toda su historia, o casi, sobreviviendo a los números rojos sin que nadie sepa muy bien como lo han hecho. Pocas empresas pueden aguantar tanto tiempo con una acumulación de deudas y gastos como la británica, aunque en ocasiones, ha sido gracias a que otras empresas acudieron en su ayuda. Así ocurrió en 1987, cuando Ford se hizo con el control de la compañía y permitió que Aston Martin siguiera en activo. De hecho, Ford fue la empresa que puso el dinero para que los británicos pudieran ampliar la gama y a poder evolucionar lo suficiente, pues la compañía llevaba tiempo sin poder invertir nada de dinero en sus modelos.
No sería fácil ni tampoco rápido, pero por fin, después de un tiempo de desarrollo y de numerosos estudios, llegó por fin el primer Aston Martin de la era Ford. Pero no llegó como cabría esperar, fue casi de rebote. Ford también era propietaria de Jaguar, una marca que llegó en 1989 –después de Aston Martin, sí–, que por entonces, tenía en producción el espectacular XJ220, mientras que Jaguar Sport, que a su vez era propiedad, en parte, de Tom Walkinshaw, trabajaba con un Jaguar XJS rediseñado pero sin dinero para llevarlo a producción. Así que se llegó a un acuerdo. Ford pondría el dinero, Walkinshaw, con ayuda de algunos ingenieros de Ford, completaría el trabajo de ingeniería del coche y el señor Ian Callum le daría forma. El resultado fue el Aston Martin DB7, que en realidad, como se contó tiempo después, era un proyecto que debería haber dado como resultado el Jaguar XK8 y no el XJS –en aquel momento interesaba que fuera más pasional–.
Fue un coche importante para Aston Martin, pero como todo, su tiempo llegó y hubo que reemplazarlo. Este reemplazo se presentó en el salón internacional del automóvil de Frankfurt de 2003 y recibía el nombre de Aston Martin DB9. Por lo general, los británicos, desde que se adoptaron las letras DB para la denominación de los modelos –por David Brown, uno de los propietarios que más hizo por la firma–, siempre ha seguido una cronología líneal, es decir, después del DB7 debería haber llegar el DB8, pero se saltó dicha denominación porque se consideró que el nuevo coche era un enorme salto respecto al anterior: “es un modelo tan avanzado tecnológicamente sobre el DB7, que utilizar justo la denominación siguiente de la secuencia sería inapropiado”, dijeron desde la marca.
El Aston Martin DB9 se fabricaba a mano en unas nuevas instalaciones abiertas en Gaydon. El diseño fue obra de Henrik Fisker y se comercializó con carrocería coupé y descapotable, que como es tradición en la firma, se llamó Volante. Entre las novedades introducidas por el DB9 hay que destacar la plataforma. Era el primer modelo en emplear la plataforma VH, diseñada desde cero con un total de 93 prototipos que llegaron a recorrer un millón de millan. Se llegó a emplear el campo de pruebas de Ford en Lommel, Bélgica y el centro de pruebas para seguridad de Volvo en Suecia –Volvo, por entonces, también formaba parte del Grupo Ford–. También se puede destacar que pensaba un 25% menos que el DB7, pero la rigidez torsional de la carrocería era el doble, gracias a que se fabricaron algunos elementos con composite y a que se realizó el montaje mediante adhesivos y soldadura por ultrasonidos. También había elementos de magnesio –columna de dirección o paneles interiores de las puertas, por ejemplo–.
Bajo el capó habitaba un bloque V12 de 5.935 centímetros cúbicos, que también montaba el Vanquish de aquellos años. Alcanzaba los 450 CV a 6.000 revoluciones y los 570 Nm de par a 5.000 revoluciones. El cabio podía ser manual, de origen Graziano y con seis relaciones, o automático de origen ZF, el sistema Touchtronic 2, que también tenía seis relaciones y modo secuencial con levas en el volante. En este caso, no había selector de cambio tradicional, sino unos botones en la consola central.
Como cabe esperar, era un coche rápido. El 0 a 100 km/h lo hacía en 4,9 segundos y la velocidad máxima anunciada era de 300 km/h. No era un coche ligero, con 1.760 kilos en báscula, aunque la estructura principal completa tan solo pesaba 275 kilos. Tampoco se podía tildar de ser un problema serio, pues el Aston Martin DB9 no era un deportivo puro, era un Gran Turismo, como es costumbre en la marca. Era rival de coches como el Ferrari 550 Maranello o el Maserati GranTurismo.
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