Italia es un país especial si lo analizamos desde el punto de vista de la industria del motor. Actualmente está considerado como la cuna del diseño, ya sean coches o motos, pero también como el país con más fabricantes de vehículos deportivos por metro cuadrado. Y no es broma, quizá un poco exagerado, pero Italia es el país con más fabricantes de maquinas deportivas del mundo: Ferrari, Maserati, Lamborghini, Ducati, MV Agusta, Abarth, Alfa Romeo… Y por supuesto, si echamos un ojo a los diseñadores con origen italiano, la lista es igual de interesante: Giugiaro, Bertone, Pininfarina, Boano, Ghia, Zagato, Fioravante, Gandini, Vignale, Michelotti…
Sin embargo, solo uno de los fabricantes de automóviles italiano ha sido tan proclive como para considerarse padre de una gran cantidad de automóviles que ni siquiera llevan su logo: FIAT. La Fabbrica Italiana de Automobili Torino ha creado automóviles y componentes, que han servido para dar vida a toda una pléyade de marcas y vehículos abrumadora. Sin ir más lejos, la antes mencionada Abarth nació tomando como base modelos y componentes FIAT, y no podemos olvidarnos de “nuestra” SEAT, cuyos primeros coches no fueron más que modelos italianos fabricados aquí.
Pero, sin embargo, hay un fabricante poco conocido, al menos poco conocido para aquellos ajenos al mundo del vehículo clásico italiano –y porque en el fondo es imposible conocerlo todo–, que tomando como punto de partida chasis y elementos mecánicos FIAT, dio forma a diferentes modelos deportivos más que interesantes. Era una de las muchas marcas de coches italianas que, a finales de la Segunda Guerra Mundial, proliferaron en la zona que se conoce como “Etceterini”, una parcela de mercado con coches cuyos motores no superaban los 1.000 centímetros cúbicos, algo bastante común en el país con forma de bota.
Entre ellos podemos destacar a Bandini, que fundó su empresa en 1946 en su ciudad natal, Forlì, juto un año después del final de la guerra. En aquellos años, Italian, que fue aliada de los nazis, estaba muy destrozada y bajo el control de los llamados “aliados”, los que combatieron en contra de los alemanes. Era un terreno perfectamente abonado para el nacimiento de pequeñas empresas que supieran ofrecer lo que se necesitaba en esos momentos, al tiempo que aprovechaban lo poco que quedaba a mano. Bandini fue uno de ellos, incluso se llegó a convertir en una marca respetable en competición hasta la década de los 60 y luego, fabricando piezas y componentes hasta la década de los 80. La última creación de la compañía fue el Bandini 1000 Turbo 16V de 1992, y además, fue el último coche que vio nacer el mismo Bandini, quien falleció pocas semanas después a la edad de 80 años. La historia de la compañía murió con él y ahora, en la llamada Bandini Plaza –llamada así en su honor tiempo después–, la familia creó un museo en las instalaciones que fueron taller de la compañía, con 10 ejemplares y todo el archivo de Bandini.
Curiosamente, la gran mayoría de coches que fabricó esta marca italiana fueron descapotables y de dos plazas, por lo general, siempre enfocados a competición. Era la época en la que se acudía al circuito, se competía y se volvía a casa en el mismo coche. Algo impensable actualmente. Entre aquellos descapotables de dos plazas, destacan algunos coupés, como el mencionado 1000 Turbo 16V o el Bandini 750 GT Veloce, creado en la década de los 50 y que llegó a correr en Estados Unidos. Este coupé, de pequeñísimo amaño, fue una obra de Bandini para la clase GT y estaba construido sobre un chasis de tubos que pesaba, únicamente, 27 kilos. Era un entramado de tubos elípticos fabricados con acero, que soportaban una carrocería diseñada y fabricada por Zagato.
Dicho conjunto, que a todas luces resulta espectacular hoy día, estaba animado por un de cuatro cilindros Crosley –de origen estadounidense, curiosamente– que tenía 747 centímetros cúbicos, una culata de desarrollo propio con dos árboles de levas y que era capaz de rendir 67 caballos. Efectivamente, muy en línea con las prestaciones de aquellos años, al igual que el peso total del conjunto, que era de 670 kilos. Es decir, tenía una relación peso-potencia de 10 kilos por caballos, similar a la que puede tener cualquier compacto actual con 150 CV y equipamiento relativamente completo –un Peugeot 308 diésel con 130 CV, por ejemplo, ronda los 1-500 kilos…–.
Por lo general, Bandini hacía uso de componentes y piezas FIAT, pero en esta ocasió, se quería competir en Estados Unidos y llegó a correr en Watkins Glen, Bridgehamton, Daytona y Sebring. Después de un pequeño accidente de carrera, el auto fue llevado al taller de Jim McGee. Dado que Victor Lukens, el dueño del vehículo, murió como resultado de su consumo de drogas, la reparación planeada nunca se llevó a cabo. El pequeño deportivo permaneció bajo un árbol en el patio del taller durante unos 13 años. En 1978, Jerry Greaves compró los restos y comenzó a buscar piezas para una restauración. Dino Bandini le compró todo 20 años después y realizó la obra en Italia.
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