Los años 80 fueron los años dorados del motor turbo. La Fórmula 1, los Rallyes Grupo B, el Grupo C de resistencia, los coches más deportivos de producción… fue entonces cuando el turbo se ganó la fama que ha atesorado hasta el día de hoy. Fama que todavía guarda, aunque cada vez menos recordada, sobre todo cuando todos los coches del mercado usan motores turbo. El uso de este sistema ha cambiado una barbaridad, pues empezó siendo tecnología de competición para coches de altas prestaciones y hoy, da vida a toda clase de vehículos, grandes o pequeños, con otros objetivos más variados que lograr, únicamente, las máximas prestaciones.
De hecho, la locura llegó incluso hasta los Estados Unidos, donde algunos de los especialistas de más renombre emplearon esta solución para otorgar más prestaciones a sus creaciones. Coches de auténtica locura, que dejan un poco en entredicho a los hiperdeportivos más bestiales de la actualidad. Y hemos decidido traer un ejemplo muy ilustrativo para demostrarlo. Se llama Callaway SledgeHammer y es, básicamente, un Corvette C4 llevado al extremo en todos sus apartados.
El Callaway Sledgehammer cuenta con dos turbos que elevan la potencia del C4 a los 890 CV
El Chevrolet Corvette es uno de los deportivos más representativos de Estados Unidos. Ha representado durante décadas, hasta la llegada del Corvette de motor central, como veían en U.S.A. los coches deportivos. Y ciertamente, tenía su encanto, resultando relativamente exótico comparado con los modelos europeos. El caso es que prestacionalmente, se podía mejorar gracias a un propulsor resistente que, a pesar de contar con mucha cilindrada, no estaba muy apretado y dejaba margen para realizar algunas operaciones “especiales”.
Aquí es cuando entra en escena Callaway, un especialista norteamericano bastante activo antaño y bastante conocido, que cogió un Corvette y lo puso a 410 km/h. Eso es, era más rápido que un Veyron, más rápido que el Ferrari más veloz, más rápido que un Koenigsegg CC8… era una bestia que rompió todos los moldes en los años 80. Realmente, para ser totalmente justos, hay que decir que es el segundo Corvette más bestia que creó Callaway, pues anteriormente, con otro proyecto sobre el modelo estadounidense, había logrado alcanzar los 371,7 km/h.
Como cabe esperar, del Corvette quedan pocas cosas, o mejor dicho, quedan muchas pero están todas modificadas. Por ejemplo, el motor era un V8 de 5,7 litros, pero estaba, casi, reconstruido por completo. El bloque estaba modificado y contaba con pistones forjados y un cigüeñal suministrado por Cosworth. Se instalaron dos turbos (Turbonetics T04B) con sus respectivos intercoolers, escape creado exprofeso, lubricación por cárter seco y nuevas tapas para las válvulas entre otras cosas. El resultado fue una potencia de 890 CV y 1.047 Nm de par, algo absolutamente demencial en la década de los 80 y sí, también a día de hoy. Y quien diga que no es para tanto, demostraría que no se ha subido a un coche realmente potente.
Había muchos más cambios, como un equipo de suspensión Koni, llantas Dymag fabricadas con magnesio con 17 pulgadas o un kit de carrocería llamado “Callaway Aerobody Package” desarrollado y fabricado por Deutschman Design. No sólo era más aerodinámico, también mejoraba la refrigeración de los elementos mecánicos y de los frenos. En el habitáculo, únicamente se instaló una jaula antivuelco y un extintor de incendios.
Con el coche terminado, se presentaron en el Transportation Research Center, en Ohio, el 26 de octubre de 1988. Los primeros intentos no tuvieron los resultados esperados, pues no era capaz de pasar de los 350 km/h, velocidad igualmente respetable. Se recurrió al típico truco de tapar separación de piezas y aberturas con cinta americana y se ganaron algunos kilómetros hora, marcando 399 km/h. La gente de Callaway estaba muy contenta, pero alguien, un miembro del equipo del Transportation Research Center, preguntó si ya habían terminado las pruebas. Un poco cabreado por la pregunta y sobre todo, por el tono en el que fue realizada, John Ligenfelter, un famosísimo piloto e ingeniero estadounidense, se subió al Callaway SledgeHammer y fue capaz de completar una vuelta alcanzando los 410 km/h, exprimiendo el coche hasta las últimas consecuencias.
Lo mejor de todo, es que luego se marchó a casa en ese mismo coche por carreteras convencionales. Sólo se fabricó una unidad lo que impidió que fuera inscrito en el libro Guinness de los Récords, pero hace poco ha aparecido a la venta a nombre del fundador de Callaway, Reeves Callaway.
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