El Chevrolet Corvette C3 es uno de los coches más reconocibles de cuantos se han fabricado, tanto al otro lado del Atlántico como a este. Su largo capó, sus curvas, su perfil afilado… la tercera generación del icónico modelo yankee es una oda al exceso, aunque, curiosamente, oculte algunas carencias, sobre todo en la década de los 70, cuando se vio afectado por la crisis del petróleo de 1973.
Con el apelativo de Stingray –todo junto, como una sola palabra y no separado como en la segunda generación–, el Corvette C3 marcó nuevos récords de ventas con 53.807 unidades como máximo volumen, alcanzado en 1979. Contó con motores típicamente norteamericanos, todos V8, algunos con casi 400 CV, una cifra que no estaba nada mal para un coche que comenzó su vida comercial en 1968 y la terminó en 1988. Sin embargo, entre sus carencias, las versiones con cambio automático solo tenían tres relaciones, un detalle que no era precisamente deportivo. Al menos no desde el punto de vista europeo.
Estuvo a la venta durante nada menos que 14 años, algo que no volveremos a ver nunca más en un coche similar, y en caso de verlo, será un caso realmente raro. El Lamborghini Aventador, un coche mucho más evolucionado, potente y rápido, aguantó en el mercado 11 años, y aunque es un coche muy diferente al Corvette, nos sirve de ejemplo para ilustrar lo complicado que resulta ver un coche como el Vette durante tantos años en las tiendas.
Una vida comercial tan larga da para muchas cosas, y entre las versiones que lanzó la propia Chevy, había otras de especialistas externos que llevaron al extremo al Vette Stingray, como es el caso de Greenwood, que desarrolló una variante que estaba más cerca de un Corvette de competición que una versión de calle. Se llamaba Greenwood GTO, y quizá sea una de las versiones del deportivo yankee más desproporcionadas y llamativas de todas. Y decimos desproporcionada, porque la carrocería es un espectáculo de curvas, volúmenes y exageraciones.
John Greenwood fue un constructor y piloto de carreras, responsable de algunos de los Corvette más veloces de la historia y el Greenwood GTO es uno de esos coches de competición, pero puesto en circulación en vías públicas. Greenwood siempre tuvo un equipo externo a fábrica, un equipo independiente, lo que permitía bastante libertad para crear monstruos como el GTO, del que se podía, por cierto, comprar algunos elementos por separado en lugar de adquirir todo el kit de transformación.
El Greenwood GTO nació de las carreras del campeonato IMSA. En 1981, las normas de IMSA fueron algo vagas en lo relacionado a los elementos aerodinámicos y Greenwood llevó al extremo esa normativa con un Corvette descomunal, tan ancho como permitía el reglamento y con tantos elementos aerodinámicos como fue posible. Era una bestia con enormes alerones que, en 1982, vio como la normativa cambiaba con respecto a esos elementos.
Dicho cambio en la reglamentación fue la que provocó la aparición del Greenwood GTO, que perdía los enormes alerones del año anterior, pero se hacía más eficiente aerodinámicamente hablando gracias a una nueva carrocería. Carrocería, por cierto, que fabricaron internamente, sin recurrir a terceros, empleando materiales como el kevlar para algunos componentes. Destaca el enorme capó, necesario para dar cobijo a un propulsor V8 L82 de bloque grande, que contaba con un sistema de inyección desarrollado por la propia Greenwood. Pero no solo era así para dejar sitio al motor, también había sido diseñado para extraer el aire caliente del vano motor y reducir la presión bajo el capó.
El motor antes mencionado hacía juego con el aspecto del propio coche. Gracias a un turbo, la potencia ascendía hasta los 450 CV, que lo convertían en uno de los Corvette C3 más potentes en aquel momento. Lo más llamativo de este motor, es que solo un ejemplar, de los cuatro que se fabricaron –según datos del especialista Lingenfelter–, se combinó con un cambio manual de cuatro relaciones. Precisamente el que aparece en las imágenes que ilustran el texto, subastado por Mecum Auctions en 2014 –restaurado por Butch y Sundi Ayers en el año 2000–.
Aunque la cultura del motor estadounidense está muy asentada y la información que atesoran los aficionados merece un gran respeto, pocos se acuerdan de los Greenwood GTO. Fueron coches muy raros, carísimos y estaban rodeados de infinidad de especialistas creando sus propios SuperCorvette.
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