España y el automóvil siempre han tenido una relación bastante particular. De entrada, siempre ha sido un país que ha ido un paso por detrás del resto en cuanto a todo lo relacionado con los vehículos, desde que se desarrolló la máquina de vapor hasta nuestros días, aunque desde hace mucho tiempo, España es uno de los principales fabricantes de automóviles, aunque es fabricante para otras marcas, pues firmas propias, fabricantes nacionales, no hemos tenido gran cosa. Sí, está SEAT; una compañía que siempre ha vivido bajo el amparo de empresas foráneas. También tenemos Hurtan, que no desarrolla sus propios vehículos al 100% –emplea modelos de otros fabricantes como base de partida–y tampoco es una marca muy conocida entre los no iniciados en este mundillo. Tampoco nos olvidamos, por poner un ejemplo más, de Tramontana, pero estamos hablando de algo tan especial y fuera de lo común, que ni siquiera sabemos que ha sido de ellos y si acaso han sigue con la fabricación de su radical deportivo.
No, España no es un país de vehículos, aunque hayamos tenido una de las industrias de motocicletas más fuertes e interesantes del mundo y aunque tengamos una larga tradición en motociclismo –muchos campeonatos del mundo de MotoGP están en manos de españoles– y contemos con algunos de los mejores circuitos del mundo. La cultura del motor todavía tiene que madurar y ya no digamos nada de las administraciones, porque entonces tendríamos para escribir un libro. Además, todos los proyectos que se han puesto en marcha, han acabado difuminados, como el regreso de Hispano-Suiza con el Carmen eléctrico. De hecho, este automóvil es un claro ejemplo de lo que ocurre en España con el mundo de los coches, tanto por diseño, como por objetivos y po supuesto, denominaciones.
Pero, sin embargo, todo esto es lo que realmente se ve a primera vista, la pasión, como se suele decir, se lleva por dentro y de eso nos sobra. Y no es algo que venga de ahora, la pasión por el automóvil y por hacer algo distinto y especial viene de lejos. Primero fue el ingeniero Pedro Ribera, quien en un acto de auténtica locura y valentía, trajo a España el primer vehículo motorizado, un locomóvil a vapor –aquellos vehículos recibián en apelativo de locomóvil, no de automóvil– al que llamo “Castilla” y el cual, se trajo de Francia en 1860, aunque en 1855, el valenciano Valentín Silvestre había probado un aparato similar, aunque nunca piso las vías públicas.
Podemos encontrar más ejemplos en tiempos más cercanos, sin necesidad de retroceder tanto. Nos podemos quedar en el salón de Barcelona de 1971 y ver como Pablo Muñoz Lanza, presentaba su creación, la cual había sido desarrorllada sobre la base de un Dodge y a la que se llamó, como cabría esperar, Dodge Lanza. El señor Muñoz Lanza tenía un taller propio, donde se puso a trabajar en un coche que le permitiera competir, y ganar, la categoría nacional de deportivos –también se conoce a la categoría como Sport–. Eso le obligaba a montar elementos de origen nacional, lo que dejaba poco donde elegir si quería algo realmente deportivo y rápido.
En aquellos años, el motor más potente era el seis cilindros del Dodge Dart, que con 3.690 centímetros cúbicos rendía 145 CV. El Dart también fue donante de otros elementos como los frenos –de tambor– y el cambio de marchas. Aquí tenemos que hacer un inciso, pues existe una curiosidad muy interesante. Inicialmente, Pablo montó un cambio manual de tres relaciones, pero durante su presentación en Barcelona, Eduardo Barreiros, que se mostró interesante en el proyecto, le regaló una caja de cambios manual con cuatro marchas.
La España de los años 70 no era como la actual, y no por la evolución y los diferentes cambios sociales, que también, sino porque Franco había provocado un aislamiento casi total e importar cualquier cosa era una odisea, todo se debía hacer aquí, así que el proyecto del Dodge Lanza fue muy artesanal. No obstante, en menos de un año ya se había terminado el coche. Un deportivo de imagen bastante llamativa –del que apenas hay imágenes–, con motor delantero central, reparto de pesos al 50% sobre cada eje y suspensión por ballestas. Las pruebas se hicieron por las calles de Madrid, con el propio Pablo al volante acompañado de su padre, unas pruebas que llevaron a cambios en el desarrollo para obtener más punta. Según se estima, el 0 a 100 km/h lo hacía en 7,3 seugndos y podía llegar hasta los 260 km/h.
Todo esto ocurrió a lo lago de 1970, antes de su presentación en Barcelona, que se llevó a cabo, todo sea dicho, porque los amigos de Pablo le animaron a hacerlo. De hecho, acudió a Barcelona por carretera, al volante de su propia creación. La trayectoria del Doge Lanza no fue mucho mas lejos. Pablo fue padre en 1973 –de un niño al que llamaron Pablo, como su padre y también como su abuelo. Tradiciones españolas en desuso– y el coche se dejó aparcado en el garaje familiar donde se olvidó por completo.
Después de 40 años, los hijos de Pablo Muñoz Lanza, Pablo y César, iniciaron una campaña de, como se dice ahora, crowdfunding –mecenazgo “de toda la vida”– para poder encontrar algo de financiación y poder restaurar el coche. No obstante, el coche funciona mecánicamente y hay algunos elementos que se han restaurado con antelación, pero queda algunas de las partes más caras, como el retapizado y el pintado, a parte de algún componente que no exista y haya que adaptar.
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Cuánta pérdida de tiempo y de recurso para diseñar algo tan espantoso ni el mismo demonio se atrevió tanto En definitiva es un vómito del infierno