Porsche es una de las marcas más famosas y deseadas del mundo, no hay que hacer mucho para darse cuenta de ello. Existen clubes por todas las partes del mundo, sus coches son comprados y guardados como si fueran obras de arte y siempre que hay un nuevo lanzamiento de Porsche o presentan un nuevo concept car, toda la atención se centra en ellos dejando de lado otras cosas.
No siempre fue así, obviamente, la marca empezó como empiezan todas, por lo más bajo y peleando poco a poco para escalar hasta la cima. No obstante, también es justo reconocer que Porsche partía con ventaja, su fundador era hijo de uno de los mejores ingenieros que han salido de Alemania, Ferdinand Porsche, quien trabajó en muchas marcas germanas y diseño, entre otras cosas, el Volkswagen, por petición de Hitler.
Que fuera petición de Hitler, en realidad, es lo que menos nos importa aquí, pues el coche fue importante por sí solo. Además de ofrecer un modo de transporte sencillo, fiable y económico, el Volkswagen sirvió de base para dar vida al primer Porsche de la historia, el 356, un coche que actualmente es un objeto de culto y una fuente de dinero en las subastas.
En sus primeros días ya tenía fanáticos
Aunque la fama de su padre ayudó bastante a Ferry Porsche en su aventura automovilística, la verdad es que el Porsche 356 pronto se ganó el favor del público de aquellos años. Gente como los hermanos Knut y Falk Reimann, dos apasionados de los coches deportivos y del Porsche 356. Eran tan fanáticos de los coches, que estudiaron ingeniería con la idea de construir algún día su propio coche. Y lo consiguieron, incluso en plena Segunda Guerra Mundial recogiendo restos y desechos de aquí y de allá.
Una vez finalizada la contienda y con toda Europa patas arriba, los hermanos continuaron con su proyecto de fabricar su propio automóvil. Así, un día de 1953, se encontraron con un chasis de un Kübelwagen Type 82, un vehículo de uso militar creado a partir de un Volkswagen y animado por un motor boxer de apenas 25 CV. No estaba en perfecto estado, pocos vehículos estaban en buen estado a comienzos de los 50, pero restauraron y repararon todo lo que se pudo.
El motor en marcha y el chasis en estado de uso, decidieron hacer la carrocería. Y la mejor idea que se les ocurrió fue “copiar” la que habían diseñado para el Porsche 356, no en balde, el chasis era el mismo y el motor era muy similar. Para esta labor emplearon chapa procedente de los camiones Ford abandonados durante la guerra y necesitaron casi un año para terminar el proyecto. No era un coche exactamente igual al Porsche 356, la plataforma del Kübelwagen era 30 centímetros más larga, pero lograron un resultado bastante bueno.
Para ello, contaron con la ayuda de un artesano que se dedicaba a la fabricación de carrocerías de acero y madera, sobre chasis de coches “viejos”. Ese señor era Arno Lindner, con quien negociaron y llegaron al acuerdo de abonar 3.500 marcos (unos 360 euros) con el compromiso de echar una mano en la fabricación en sus ratos libres.
Peripecias por carretera con patentes falsas
Con el coche terminado, es evidente que lo mejor que se puede hacer es conducirlo. Así que falsificaron una patente, que aseguraba que el coche había sido fabricado en la parte occidental de Alemania. Otra curiosidad es que solo uno de los hermanos tenía carnet de conducir, pero eran realmente parecidos entre sí, así que no había problemas para cambiar de vez en cuando y turnarse al conducir.
De esta forma recorrieron Francia, Austria, Suiza, Italia y Alemania, donde, obviamente, hicieron parada en Stuttgart, para visitar la fábrica y dejar una carta a Ferry Porsche. Curiosamente, la carta fue respondida y la marca les regaló un conjunto de cilindros y pistones usados, para que pudieran mejorar el rendimiento de su llamativa creación. Solo tuvieron que pagar los costes del transporte hasta un concesionario Volkswagen de Berlín.
Pero claro, no olvidemos que los hermanos Reimann vivían en la zona oriental de Alemania y tuvieron que colar las piezas de contrabando. Eran los primeros años del Muro de Berlín y eso acabó con ellos en la cárcel, donde estuvieron tres años. Al salir, su particular Porsche 356 había sido confiscado, desmontado y vendido por piezas.
Lindner siguió fabricante réplicas del Porsche 356 y llegó a obtener una autorización del gobierno. Hoy día quedan tres unidades de aquellas réplicas, entre ellas, el coche de demostración que usaba Lindner.
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