Los motores turbo son, hoy día, algo de lo más normal. Apenas quedan coches en los concesionarios con motores atmosféricos, a no ser que vayamos a marcas como Lamborghini. Aston Martin, Porsche, Ferrari… incluso algunas de las marcas de coches deportivos más famosas también han caído en la tendencia de turboalimentar sus motores, quedando excepciones como la mencionada Lamborghini o, por mencionar otra compañía, la japonesa Mazda.
Es por eso que la palabra turbo ya no tiene el peso que tenía en la década de los 80. Por entonces, leer en un coche la palabra turbo, era estar ante un aparato de altas prestaciones, potente y deportivo. Ya lo hemos comentado alguna vez, pero nunca está de más recordarlo, al igual que siempre merece la pena recordar el “boom” que tuvo el turbo en los 80 gracias a la Fórmula 1, a los descabellados Grupo B de rallyes o a los coches del Grupo C, que también fueron aparatos de cuidado.
Por aquellos años, todos los fabricantes, o casi todos, pusieron en circulación sus coches con motores turbo y entre ellos, Ferrari destacaba con luz propia. Muchos recordaréis al brutal Ferrari 288 GTO, el precursor del Ferrari F40 que, con sus 400 CV turboalimentados, dejó a mucha gente con la boca abierta. Pero aquel no fue el primer Ferrari con un motor turbo, los inicios fueron bastante más modestos, aunque la base fue la misma: el Ferrari 308.
El Ferrari 208 fue una versión con un motor 2.0 que sólo se vendió en Italia por temas fiscales
Bueno, en realidad en esta ocasión el 308 no es nuestro protagonista, sino su “hermano pequeño”, el Ferrari 208, una versión con motor 2.0 que sólo se vendía en Italia por temas fiscales (los motores con más de 2.000 centímetros cúbicos tributaban un 20% más). El caso es que un motor de sólo 2.000 centímetros cúbicos era poca cosa para un Ferrari, ya que se limitaba mucho las prestaciones. ¿La solución? Obviamente, sobrealimentar el propulsor y así, seguir con esa conexión entre la Fórmula 1 y los coches de calle.
Presentado en el Salón del Automóvil de Turín de 1982, el nuevo Ferrari 208 GTB Turbo tenía un motor V8 de aluminio colocado detrás de los asientos en posición transversal y era, esencialmente, el mismo propulsor del Ferrari 208 GTB, el cual rendía 155 CV (sí, hablamos de un Ferrari). Por supuesto, tenía dos árboles de levas en cabeza, mientras que la relación de compresión era muy baja, sobre todo para lo que se estila actualmente, llegando a 7 a 1. La cilindrada total era de 1.991 centímetros cúbicos, con un diámetro de pistones de 66,8 milímetros y una carrera de 71 milímetros.
Conectado a los colectores de escape y a la admisión, había un turbo KKK, que trabajaba con una inyección Bosch K Jetronic y un encendido Marelli MED 804A, para rendir 220 CV a 7.000 revoluciones. Potencia que llegaba a las ruedas traseras mediante un cambio manual de cinco relaciones (todas sincronizadas). También tenía un 18% más de par, rebajando el sprint desde parado hasta los 6,6 segundos y aumentando la velocidad punta hasta los 240 km/h.
Visualmente apenas se diferenciaba del Ferrari 308 GTB, al igual que pasaba con la versión 2.0 sin turbo. Pero si nos fijamos bien, podemos ver en la parte delantera unas ranuras de ventilación en el pequeño faldón, justo bajo la rejilla del radiador. Dichas ranuras canalizan aire adicional hacia el radiador, que salía por las nuevas rejillas en negro satinado que había en el capó. En la parte trasera, la tapa del motor tenía rejillas de ventilación adicionales, era en forma de U y el paragolpes trasero estaba dividido, para dejar sitio a un conducto de refrigeración.
En los laterales había entradas de aire tipo NACA justo delante de las ruedas traseras, pero en la parte baja de la carrocería (no existen en los 308 GTB y obligó a colocar el logotipo de Pininfarina detrás de las ruedas traseras). Por supuesto, en la parte trasera hay una placa con la palabra “TURBO” y otra en el habitáculo.
Como cabe esperar, fue un éxito de ventas aunque, repetimos, sólo se vendió en Italia. Es un coche cuya valoración actual es elevada, tant0 como un Ferrari 308 GTB, por ejemplo, o como un Ferrari 328. Por lo general no bajan de los 65.000 euros, pero lo más común es encontrar unidades a partir de los 75.000 euros. Si está en muy buen estado, es posible que supere los 80.000 euros.