Sin duda alguna, los años 80 fueron la época dorada de los motores turbo, el momento de su despegue y de su empleo masivo en el sector del automóvil. Es cierto que ahora todos los coches, o casi todos, usan motores turboalimentados, pero no hay la magia que había en los 80, ni tampoco esa sensación de estar ante una máquina de cuidado, un coche rápido y no apto para manos inexpertas.
Esa sensación está plenamente justificada, pues los motores turbo actuales son mucho más suaves, más refinados y líneas hasta el punto, en algunos casos, de parecer motores atmosféricos. Todo lo contrario a lo que ocurría allá en la década de los 80, con unos motores turbo salvajes, sin atisbo de suavidad o linealidad y caracterizados por un enorme lag –el retardo del turbo al entrar en funcionamiento– que podía poner en aprietos al conductor menos avezado. Y de hecho lo hacía, no fueron pocos los conductores que se llevaron algún susto que otro por su imposibilidad de dominar aquellos impetuosos motores. ¿De dónde creéis que sale la leyenda del R5 cuyo turbo entra en funcionamiento al reducir? –un suceso imposible, todo sea dicho–.
La era turbo aguantó hasta bien entrada la década de los 90, cuando se vivió el lanzamiento de algunos de los modelos más queridos y deseados por los amantes de los coches, tales como los míticos Renault 21 Turbo, el Opel Calibra Turbo, el Audi RS2… ejemplos de como el turbocompresor hacía magia y creaba máquinas espectaculares. Sin embargo, ninguno de ellos tiene la fama de indomable que tenía el Ford Fiesta RS Turbo. El utilitario de origen europeo, pero sellado por una firma norteamericana, tenía un motor que era cualquier cosa menos lineal y eso le hizo tremendamente popular.
El Ford Fiesta RS Turbo estuvo muy extendido por el territorio español, adorado tanto por conductores con ansias velocísticas como por aquellos más posturetas. Tener un Fiesta RS Turbo era tener un coche que “andaba mucho” y era muy salvaje. Quizá por eso se ganó una mala fama entre las aseguradoras, aunque no logró evitar que se colocara entre los utilitarios deportivos más deseados de su época. No en balde, solo por cifras, tumbaba al Renault 5 GT Turbo, al Peugeot 205 GTi y al FIAT Uno Turbo, aunque el resultado final no era más rápido que los mencionados rivales, básicamente, porque el chasis parecía no poder digerir la potencia procedente del motor o, quizá, porque el motor tenía unas curvas de potencia y par poco adecuadas y mal planteadas.
Bajo el capó delantero, el corazón del Fiesta RS Turbo, la razón de la fama que adquirió el modelo, hoy no sorprende tanto. Era un cuatro cilindros de 1.596 centímetros cúbicos sobrealimentado por un turbo Garrett T02 más intercooler, que rendía 133 CV a 5.500 revoluciones y un par de 184 Nm a 2.400 revoluciones. Era, por supuesto, un tracción delantera, pero no había diferencial de deslizamiento limitado ni nada por el estilo, solo una caja de cambios manual de cinco relaciones. Aun así, completaba el 0 a 100 km/h en 8,2 segundos y podría alcanzar los 213 km/h, cifras que no eran precisamente malas.
El Ford Fiesta RS Turbo se fabricaba, exclusivamente, en Almussafes, en Valencia. Se lanzo al mercado en mayo de 1990 y destacaba por la estampa que presentaba, que resultaba discreta para muchos, pero que dejaba claro que no era un Fiesta normal y corriente. Compartía imagen estética con el Fiesta XR2i, del que tomaba tanto los paragolpes como las taloneras, mientras que las llantas eran específicas. Unas llantas, por cierto, muy pequeñas, solo 14 pulgadas, equipadas con neumáticos 185/55. Para la potencia del coche la anchura era correcta, pero el poco diámetro limitada claramente la monta de frenos –eso sin contar con que tenía frenos de tambor traseros–.
Y este era, precisamente, el principal problema, los frenos. El motor no era tan brusco ni tan salvaje, es más, era, como se suele decir, bastante plano en la entrega de potencia. El problema venía de unas suspensiones mal ajustadas y de unos frenos muy escasos, a lo que se sumaba una generación de conductores muy impetuosos.
La comercialización del Fiesta RS Turbo fue corta, entre 1990 y 1992. Los fabricantes comenzaron a dejar de lado los motores turbo y volvieron a los atmosféricos, pues la Fórmula 1 regreso a los motores de aspiración natural y por ende, los coches de producción siguieron el mismo camino. Por eso, en 1992 apareció el Ford Fiesta XR2i 16v –Fiesta RS1800i en Reino Unido–, que con un motor de 1.800 centímetros cúbicos rendía 130 CV.
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