El Renault Clio es todo un clásico en el segmento de los utilitarios, no en balde, lleva más de 30 años en el mercado, durante los cuales, se ha convertido en la referencia con alguna de sus generaciones. Evidentemente, no siempre ha sido el ejemplo a seguir, hay que tener en cuenta que los utilitarios, pequeños pequeños, versátiles y hasta hace unos años, económicos –ahora, uno bien equipado y con un motor decente no baja de los 22.000 euros–, han sido, junto a los compactos, los coches más vendidos de Europa. Una tendencia que se fue al traste con los SUV, y eso que son muchos más caros –entre 2.000 y 4.000 euros más caros, según modelo–.
Sin embargo, donde el Clio ha destacado en todas sus generaciones, ha sido en el apartado deportivo, tanto en pista como en las calles. Unas veces ha sido uno de los mejores, otras, ha tenido que ver como otros le superaban, pero siempre ha ofrecido un talante y “racinguero”, como en la primera generación y en la penúltima, con ese sensacional cuatro cilindros capaz de girar a más de 7.000 revoluciones. La última entrega ha sido, con diferencia, la menos apreciada por los aficionados y por la prensa más especializada –sobre todo por la británica–, y razones había para ello, pues, de entrada, solo se ofreció con cambio automátco de doble embrague y con carrocería de cinco puertas. El talante dle coche y su comportamiento también estaba algo amansado, aunque en el fondo, es el más rápido de todas las entregas.
Entregas de un coche que empezaron con el Renault Clio Williams allá por los años 90, un coche que sorprendió a todos por sus prestaciones y por lo descabellado que parecía entonces un utilitario con un 2.0 atmosférico de 150 CV, que apenas entraba en el vano y que obligaba a no instalar aire acondicionado. El Clio Williams dejó su lugar a otra de las entregas más racing, que se articulaba sobre la segunda generación del utilitario frances, aparecida en 1997. El final de la década de los 90 fue realmente interesante, pues fue cuando aparecieron algunos de los modelos que hoy día más se recuerdan entre los aficionados que rondan entre los 30 y los 50 años de edad. Entonces se lanzó la cuarta generación del Golf, la primera del SEAT León, también apareció el Ford Focus, el Citroeën Xsara, el Ferrari 360 Módena, el Porsche 996, el BMW M5 e39…
No obstante, nuestro protagonista no apareció a finales de los 90, sino a comienzos del Siglo XXI, concretamente, en enero del año 2000, una década que tampoco fue precisamente mala en cuantos lanzamientos. Ese mes se inició la comercialización del Renault Clio Sport –se presentó en Ginebra en 1999–, o como se le conoce popularmente, Clio Sport 172 o Clio RS 172, donde el número hacía referencia a su potencia. Su puesta en circulación supuso dejar a toda la competencia atrás, con una puesta a punto bastante racing y una motor que se ganó el favor de toda la prensa y de muchos aficionados. Cabe recordar que en aquellos años, el Citroën Saxo VTS era un juguete de 120 CV o el Peugeot 206 GTI “solo” contaba con 138 CV. Dos coches, por cierto, que hoy día son superinteresantes si te gustan los utilitarios “con ritmo”.
El Clio Sport era la primera creación para producción de Renault Sport –entonces era Renaultsport, todo junto– y lo demostró con creces. La presentación exterior, si eras observador y sabías donde mirar, delataba su condición con unas entradas de aire bajo los faros, practicadas en un nuevo paragolpes, había unas pequeñas taloneras y unas llantas O.Z. Racing que le sentaban rematadamente bien. Y eso que todavía no había llegado la obsesión por poner llantas cada vez más grandes aunque no sean realmente necesarias. En el interior, un ojo entrenado también sabía captar los detalles como el poco del selector del cambio –una esfera de aluminio, sin más–, los asientos con pétalos más grandes el pedalier de metálico y sin gomas para que no resbalen –las perforaciones tenían unas pequeñas rebabas que hacían esa función– y el volante rapizado en Alcantara. Eso sin contar con la instrumentación con fondo blanco.
Pero como suele ocurrir con este tipo de versiones, lo bueno del Clio Sport estaba bajo el capó. Ahí se había instalado un motor atmosférico, denominado internamente como F4R 730 –luego pasó 732–, con culata de 16 válvulas, dos litro de cubicaje –motor, por cierto, de carrera larga: 83×93 milímetros para diámetro y carrera–, cuya base de partida era el 2.0 de 140 CV del Renault Laguna, pero después de ser revisado y retocado por Renault Sport y Mecachrome, la potencia era de 172 CV a 6.250 revoluciones y el par de 200 Nm a 4.500 revoluciones, que se gestionaban a través de una caja de cambios de cinco relaciones. las prestaciones, en su momento, era buenas: 0 a 100 km/h en 7,3 segundos, los 400 metros con salida parada en 15,3 segundos, los 1.000 metros con salida parada en 28 segundos, recuperaciones de 80 a 120 en cuarta en 7,1 segundos y en quinta en 10,6 segundos, mientras que la velocidad máxima era de 220 km/h.
Con el objetivo de lidiar con garantías con las prestaciones que ofrecía el motor, se ensancharon las vías –27 milímetros delante y 14 milímentros detrás–, los frenos se sobredimensionaros y se redujo la altura con respecto al suelo. Algunos medios decían que a pesar de ser un coche tremendamente rápido y divertido, no alcanzaba el nivel de sensaciones y homogeneidad del Renault Clio Williams. Un detalle que siempre suele ocurrir con todos los cambios de generación…
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