A nadie se le escapa que Mazda dio totalmente en el clavo cuando desarrolló el MX-5. Desde 1989, han estado casi en solitario en el segmento, y decimos casi, porque a pesar de haber contado con algunos rivales, ninguno pudo realmente restarle ventas y peso en el mercado. Durante la comercialización del Miata –denominación que recibe en algunos países–, se ha visto las caras con el MG TF, con el FIAT Barchetta o con el Toyota MR2, todos ellos con su encanto y su interés, que no era poco, pero todos ellos fuera del mercado con el paso del tiempo mientras el MX-5 sigue a sus anchas. Ni siquiera el FIAT 124 Spider y su correspondiente versión Abarth, dos coches que tenían muchas cosas en común con la última generación del MX-5 –fueron un desarrollo conjunto–, pudieron robarle ventas.
Estamos ante el típico caso donde vale más la imagen y la fama acumulada, que realmente cualquier otra consideración, y con esto no queremos decir que el MX-5 no se merezca el rédito que tiene actualmente, ni mucho menos, pero sí es cierto que los extremos nunca son buenos y los fanáticos puristas hacen poco bien. Aun así, el roadster japonés mantiene su hegemonía y la marca ya ha confirmado que habrá Miata para rato, incluso si tienen que convertirlo en un coche eléctrico, aunque no será el primer roadster sin emisiones, pues el GM Cybester se adelantó.
Para entender la imagen que tiene actualmente el Mazda MX-5, lo mejor que podemos hacer es retroceder en el tiempo y viajar hasta 1998, cuando la marca lanzó al mercado la segunda generación del modelo, el MX-5 NB. Fue esta generación la que realmente asentó al Miata en el mercado como el mejor y el único roadster auténticamente puro que se podía comprar. Era pequeño, con dos plazas, un techo de lona, un motor con una potencia decente para su peso y por supuesto, tenía cambio manual y propulsión. Era un coche diseñado para disfrutar, para amantes de la conducción, como aquellos roadster británicos que tomó como inspiración.
La segunda generación del Mazda MX-5 perdía los faros retráctiles en favor de unos nuevos proyectores con forma de almendra, mientras que la zaga se presentaba como una evolución del anterior diseño. Mantenía su esencia nipona en sus rasgos de diseño y en las soluciones que se empleaba en el habitáculo, con plásticos de buena calidad, pero con n aspecto que no llegaba a deslumbrar. También creció en tamaño, con 30 milímetros más de longitud y otro cuatro milímetros de ancho, mientras que la batalla se mantuvo sin cambios. Todavía eraun coche pequeño, muy pequeño, y ligero, con solo 1.025 kilos en báscula.
Con respecto al motor, se mantuvo la misma fórmula original, que se basaba en montar un propulsor sencillo, pero que moviera el conjunto con cierta solura. Así, se optó por montar un bloque 1.9 –1.840 centímetros cúbicos– capaz de rendir 140 CV a 6.500 revoluciones. Las prestaciones no eran el objetivo, el Mazda Miata había nacido para ofrecer sensaciones y eso solo se logra con un tacto directo y con un comportamiento deportivo. Por eso, las suspensiones no son demasiado duras y las ruedas, tienen el tamaño justo –195/50 R15–.
El concepto del Mazda MX-5 es el de un coche para puristas, para conductores que tiene claro que la potencia no lo es todo, que es necesario un buen chasis con una buena puesta a puto, combinado con un equilbrio de pesos cercano al 50% y poco peso muy cerca del suelo. Solo así se pueden trazar curvas a la velocidad del rayo y con las máximas sensaciones.