Skyline es la palabra inglesa para horizonte o para silueta, pero para la silueta de una gran ciudad, con sus rascacielos y edificios por todas partes. Pero en el mundo del automóvil, Skyline representa, posiblemente, uno de los coches más deseados de la historia de los coches japoneses. Un coche cuyos inicios no tienen nada que ver con lo que fue al final de su vida comercial, de hecho, evolucionó al contrario que muchos otros modelos.
El Skyline, como se le conoce popularmente, comenzó siendo un automóvil de la marca Prince Motor Company y ni siquiera era un coche con talante deportivo, era un sedán de alta gama –o eso pretendía–, que tenía como objetivo ofrecer una opción versátil y con gran capacidad para familias que no se conformaban con el característico automóvil familiar “para todos”. Sin embargo, su evolución le llevó a convertirse en uno de los coches más icónicos de la industria japonesa, con un clarísimo talante deportivo, aunque no una deportividad como solemos entenderla, hablamos de una deportividad callejera y basada en la potencia y modificación.
Precisamente fue el mercado del tuning el que encumbró al Nissan Skyline hasta lo más alto del panorama automovilístico, gracias a unas capacidades y a unos márgenes de potenciación casi sin igual. El mundo del tuning, los videojuegos y también el cine, por supuesto. Aunque todo esto llegó junto con su cambio de talante y de marca, porque, repetimos, el Skyline, en sus orígenes, no era un Nissan, eso ocurrió cuando Nissan y Prince se fusionan en 1966 y Nissan decide mantener el Skyline en producción pero, esta vez, bajo su propio logo.
Fue aquí cuando comenzó su cambio de personalidad, uno, como hemos dicho, que ha ido al contrario de lo que suele ocurrir. Por norma general, un coche deportivo suele evolucionar hacia un coche de lujo de altas prestaciones, con una pérdida de deportividad y con la adopción de un talante menos “guerrero”. Con el Skyline ocurrió justo lo contrario, fue ganando agresividad y prestaciones, mientras se dejaba de lado el lujo y el refinamiento.
La generación más admirada y deseada, sin duda, es el Skyline R34 en su versión GT-R, justo el anterior a la llegada de Godzilla, el actual Nissan GT-R, aunque el apodo de Godzilla ya se lo había ganado el modelo con su generación R32, y no proviene de Japón, donde lo llamaron Obakemono, un monstruo mitológico que cambia de forma, la primera vez que se usó ese apodo fue en la revista australiana Wheels.
El Nissan Skyline GT-R R34 apareció en 1998 y se comercializó hasta el año 2002, es decir, no hace tanto que el modelo dejó de fabricarse y todavía no ha alcanzado el estatus de clásico, al menos oficialmente. No obstante, es un auténtico icono, algo que logró casi en el mismo momento de comenzar a rodar. Tomaba una evolución de la tracción total ATTESA E-TS que había estrenado el R33, junto al famoso motor RB26DETT, el cual, como la tracción total, sufría una evolución respecto a la generación anterior. De hecho, este propulsor dio vida a las tres últimas generaciones del Skyline GT-R –la R32, la R33 y la R34–, el R35, el último Skyline que no se llamó Skyline, estrenó un motor totalmente diferente, con seis cilindros en V en lugar de en línea y más cubicaje –y más electrónica… –.
La versión de serie del propulsor, con 2,6 litros, era capaz de rendir 276 CV y se combinaba con una caja de cambios manual Getrag de seis relaciones. Algunas unidades de pruebas analizadas por la prensa, eran capaces de rondar los 300 CV incluso superarlos, aunque ya se sabe que algunas marcas, en algunos modelos, retocaban algunas cosas en sus coches de prensa. No sabemos si este era el caso, pero lo que está claro es que potencia no le faltaba.
Nissan fue evolucionando el modelo a lo largo de su vida comercial y aparecieron las versiones V-Spec, con elementos aerodinámicos fabricados con fibra de carbono; la N1 y la V-Spec II, que contaba con un turbo de mayor tamaño y una reducción de peso respecto al V-Spec; también detacó el Skyline GT-R M-Spec, que era la versión “confortable” y equipada del deportivo japonés. También tuvo una versión “Nürburgring”, con un motor que ya alcanzaba los 300 CV.
Sin embargo, la versión más bestia de todas fue la Z-Tune, cuyo motor subía hasta los 2,8 litros y la potencia hasta los 493 CV. Solo se hicieron 20 unidades de esta versión.
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