Los sedanes… esos coches que muchos tildan “de viejos”, pero que han sido, y siguen siendo, el estereotipo de coche “con clase”, elegante, con categoría. Hoy día solo las marcas premium, y aquellas generalistas con cierta valentía y tradición, mantienen los sedanes en catálogo. Los SUV han arrasado con ellos, aunque en el fondo, no ofrecen realmente nada adicional. Ni siquier estético. Si no… ¿Por qué los sedanes siguen siendo los coches de representación de todas las marcas? Audi tiene el A8 como buque insignia, BMW el Serie 7, Mercedes el Clase S y Lexus el LS500h. Rolls-Royce tiene como máximo representante el imponente Phantom y Bentley ofrece el Flying Spur… los sedanes, aunque ahora sean rechazados por todos, tienen ese algo que siempre los hará especiales.
Por eso, los mejores coches de las marcas, en general, son siempre sedanes. Y si echamos un ojo a la historia, siempre hay un sedán como uno de los coches más recordados de la cada marca. Incluso las generalistas, esas que ahora lo apuestan todo por los SUV, pero que antes, tenían en los sedanes su máxima expresión. Pero claro, antes era antes, las cosas se veían de otra manera y la imagen que se proyectaba frente a los demás importaba algo menos. Pero algo menos, eso de la imagen que tienen los demás de nosotros siempre será un factor importante en nuestras vidas, o al menos, en las vidas de ciertas personas.
Quizá por eso, por la imagen, se vendieron casi 1,4 millones de unidades del Peugeot 505, por su imagen, obra de Pininfarina, complementando con un diseño de Paul Braq –diseñador, por ejemplo, de los Mercedes Pagoda, del Mercedes 600, de la primera generación del BMW Serie 7, del BMW Turbo Concept… –. Pero claro, el Peugeot 505 nació hace más de 40 años, en 1979, cuando los SUV ni siquiera se habían imaginado y los fabricantes ofrecían en sus catálogos otro tipo de productos. En aquellos años, los fabricantes desarrollan sus productos, y luego, convencían al usuario de que ese producto era el mejor –y en ocasiones lo era–, ahora solo se vende lo que quieren los clientes sin importar que sea un buen producto o no.
El caso es que el Peugeot 505 lo eran, era un buen producto de verdad, de esos que hacen historia y quedan en la memoria de todos los que lo conocieron. Era fiable –casi irrompible–, tenía un habitáculo amplio, era cómodo y contaba también con unas versiones deportivas que lograron encandilar a una infinidad de conductores. Pero el dato que más aclara lo bueno que era el Peugeot 505, es que se fabricó durante 18 años. Ahora no existe un solo automóvil de su categoría que dure más de 7 años en el mercado.
Cuando apareció el 505, Peugeot venía de convertirse en el segundo mayor fabricante de automóviles francés –ocurrió en la década de los 70, al superar los 500.000 coches–. También venía de poner en circulación un motor junto con Renault y Volvo y además, para rematar, venía de adquirir Citroën en 1976, dando lugar a PSA. Pero no contentos con todo eso, en 1978 compraron las filiales europeas de Chrysler y toma el control de las instalaciones de Poissy –Francia–, Ryton –Gran Bretaña– y Villaverde –España–. Esto a su vez hacer resurgir de sus cenizas a Talbot y, aunque para muchos pasó un tanto inadvertido, comienza a poner a Peugeot contra las cuerdas, pues se realizaron muchos y elevados desembolsos en muy poco tiempo –la compra de las filiales de Chrysler fueron uno de los principales causantes de sus problemas económicos–.
En un panorama como ese, el Peugeot 505 se posicionó como un coche que resultó vital para la marca, y gracias al buen resultado de su hermano pequeño, el Peugeot 205, sacaron a la marca francesa del agujero. Las cosas iban tan bien, que se permitieron el lujo de lanzar varias versiones deportivas del sedán. Algo que hoy, por ejemplo, solo hacen las firmas premium. Además, no fue una “simple” versión, en realidad se lanzaron tres: el 505 STi, el 5050 GTi y el más deseado, el 505 Turbo, el cual, contó con varias evoluciones que lo llevaron de los 150 a los 180 CV. Unas cifras que en aquellos años eran muy respetables.
No obstante, para la ocasión, nos vamos a quedar con el Peugeot 505 GTi, quizá el más equilibrado de todos los 505 deportivos. El GTi apareció con el restyling, que entre otras cosas, modificó el diseño del habitáculo, el cual, había recibido algunas críticas en Reino Unido. También se pulieron algunos detalles de su exterior, aunque se mantuvo la misma esencia, los mismos rasgos y por supuesto, las mismas proporciones. El Peugeot 505 GTi reemplazaba en el mercado al STi y montaba el motor que la firma francesa había desarrollado junto a Renault y Volvo, un bloque de cuatro cilindros de 2.165 centímetros cúbicos, capaz de rendir 130 CV. Puede que sea una cifra muy discreta a día de hoy, pero en aquellos años era una buena potencia, además, el 505 era un coche mucho más ligero que cualquiera de los similares que tenemos actualmente en el mercado –1.235 kilos–. Y eso que no era precisamente pequeño, pues el Peugeot 505 alcanzaba los 4.579 milímetros de largo y los 1.737 milímetros de ancho.
El Peugeot 505 también fue un pionero en otras cuestiones, como en el empleo de los motores turbodiésel y su adopción en versiones con talante más dinámico que el resto de la gama, como era el 505 GTD, que rendía 110 CV gracias a un propulsor de 2,5 litros turbo e Intercooler. Era un diésel que se movía con la misma agilidad que un gasolina y fue todo un bombazo, aunque todavía faltaba un poco para que fueran motores igual de refinados y agradables que los gasolina.
La vida comercial del Peugeot 505 fue muy larga y se comercializó en muchísimas partes del mundo, siendo famoso en algunas zonas de África, donde se hacían auténticas barbaridades con este coche –y las aguantaba–. Se fabricó en España, en Vigo –en las instalaciones de Citroën– y fue el último Peugeot de propulsión.
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