La fundación de Rolls-Royce fue, casi, fruto de la casualidad. Por un lado, un bien asentado Charles Stewart Rolls, nacido en una familia noble, estudiaba y se convertía en el primer propietario de un automóvil en Cambridge, un Peugeot Phaeton, así como en miembro de varios clubes y asociaciones y en importador oficial y exclusivo de Peugeot para Gran Bretaña. Por otro, en el seno de una familia modesta, nacía Frederick Henry Royce, que apenas pudo completar la educación más elemental en aquellos años teniendo, además, que ayudar económicamente en casa por la prematura muerte de su padre.
Dos perfiles, dos personas totalmente opuestas, dos personas sin nada en común que, sin embargo, acabaron conociéndose y fundando una empresa que no solo les ha sobrevivido, sino que ha llegado a colocarse como una de las más lujosas, exclusivas y refinadas del mundo. La marca más deseada por aristócratas y personalidades, Rolls-Royce representa el glamour y amor por lo excelso, por la máxima calidad sin que el dinero sea un problema. Aunque lo más curioso es como empezó todo, pues fue el más pobre quien comenzó fabricando sus propios coches y el más rico, vendiéndolos como concesionario oficial, aunque eso sí, se venderían como Rolls-Royce.
El Rolls-Royce Phantom II Continental Berline de Figoni et Falaschi fue un encargo de un príncipe nepalí
Hace más de 100 años de aquello, aunque la máxima que tenían entonces se ha mantenido hasta ahora. Por eso, si miramos la historia de esta compañía, podremos ver automóviles excepcionales, tanto por diseño como por técnica o por calidad de construcción, carrozados en ocasiones por los mejores especialistas del mundo. Coches que alcanzan cotizaciones en las subastas que podrían dar de comer a una familia durante toda su vida.
Para la ocasión, nosotros queremos destacar una de las carrocerías más exclusivas que ha usado nunca un Rolls-Royce, carrocería que, por cierto, no montó desde el primer momento, sino que fue montada posteriormente. “Nuestro” coche es un Rolls-Royce Phantom II Continental, que luce una espectacular carrocería de Figoni et Falaschi y que fue propiedad del príncipe de Nepal en la década de los 30, el cual, se encontraba exiliado en Inglaterra en aquellos años.
El Phanton II, sucesor del Phantom I, fue el último modelo que se desarrolló bajo la dirección del cofundador de la compañía, Henry Royce. Era un coche muy sofisticado para su época, muy potente gracias a un enorme propulsor de 7,7 litros (aunque en aquellos años no se publicaba la potencia) que tenía unas culatas con nuevas cámaras de combustión y flujo cruzado, y nuevos colectores, acoplado a una caja de cambios con cuatro relaciones (tres marchas y una cuarta “directa”) con las dos últimas marchas sincronizadas.
Dentro de la serie Phantom II, el Continental apareció en 1930 y suponía un desarrollo en colaboración entre Royce y H.I.F. “Ivan” Evernden, quienes añadieron algunos cambios respecto al Phantom II normal. Cosas como un nuevo árbol de levas, una mayor compresión en la cámara de combustión, nuevo eje trasero con un grupo final con mayor desarrollo, nueva suspensión que permitía rebajar la altura respecto al suelo y unos amortiguadores delanteros dobles firmados por Hartford, que permitían un mejor manejo.
Sólo se fabricaron 281 unidades del Rolls-Royce Phantom II Continental, acabando uno de ellos en manos del mencionado príncipe de Nepal. Una de las curiosidades de este automóvil, es que fue usado como automóvil de demostración, a cambio de un descuento del 5% en el precio en el momento de la entrega, que fue tres meses después del tiempo estimado.
Cuando salió de fábrica, montaba una carrocería de Windover y fue entregado en el mes de mayo de 1932 a su propietario. Éste, un tiempo más tarde, encargó una nueva carrocería a Figoni et Falaschi, creando lo que se puede ver en las imágenes, un conjunto que contrataba sus curvilíneos pasos de rueda con su recto y hasta cierto punto, vetusto cubre radiador (lo que hoy llamaríamos “calandra”). Se trata de una única carrocería de Figoni et Falaschi para un Rolls-Royce y además, sería el coche más exclusivo y caro que vestiría la carrocera francesa.
En 1950 el Rolls-Royce Phantom II Continental Figoni et Falaschi cambió de manos, yendo al garaje del Capitán Frederick Henry. Al parecer, estaba tan enamorado del coche, que lo cambió por un Bugatti Type 41 Royale Blinder Coupé que tenía en su poder.
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