Los años 60 fueron especiales para España. El país se había adentrado en lo que se llamó, posteriormente, el “desarrollismo”, siendo testigos de un crecimiento notable en casi cualquier aspecto de la vida. Los currantes disfrutaban de mejores sueldos, las fronteras empezaban a abrirse, aunque no a todo, pero si a todos, pues el turismo desde otros lugares de Europa se comenzó a dejar notar en aquellos años, y, además, también se estaba viviendo un crecimiento empresarial que resultó vital. Muchas de esas cosas fueron potenciadas por la imparable expansión del SEAT 600, un coche que ha quedado grabado en la memoria de muchos españoles para siempre y que, por otro lado, también cambió la vida de los españoles como nunca lo había conseguido nada ni nadie.
En aquellos esperanzadores años, el mercado del automóvil crecía progresivamente gracias a la popularización del 600 y a unos usuarios que cada día se conformaban con menos. El 600 dominaba las calles y carreteras de España y la marca, que apenas llevaba un puñado de años en activo y todo se centraba en el Pelotilla y, en menor medida, en el SEAT 1400. Sin embargo, viendo la acogida del Seilla y la evolución que estaba teniendo el mercado del automóvil en España, la firma española dio un paso más en su desarrollo como fabricante de automóviles y acordó son FIAT la producción de un nuevo modelo. Un coche que se presentó en 1966, en el salón del automóvil de Barcelona y que estaba destinado a sustituir al ya mítico 600: el SEAT 850.
Se trataba del tercer modelo que salía de la Zona Franca de Barcelona con el logo de SEAT en el frontal, siendo, como los otros dos, un coche fabricado en España bajo licencia FIAT. Era una evolución del 600, con el que se pretendía ofrecer más espacio interior, un motor más potente y unas cualidades dinámicas superiores, algo que tampoco era difícil, porque el pequeño SEAT 600 no era el coche más dinámico del mundo, aunque hubo quien fue capaz de crear algunas cosas muy locas sobre el modelo. El “ocho y medio”, como se le conocía, finalmente acabó conviviendo con el 600 durante toda su vida comercial, aunque supuso un cambio drástico en la propia SEAT, ya que el 850 llegó con una gama muy completa para la época.
Un coche para cada necesidad y para todos los gustos
Hoy día, tener un coche para cada necesidad y para todos los gustos, es algo que damos sentado. Los fabricantes actuales ofrecen unas gamas muy completas, con diferentes modelos y versiones entre los que escoger el que más nos guste o más concuerde con nuestras necesidades. Sin embargo, en los años 60 esto no ocurría, los fabricantes, al menos en España, no contaban con una amplia gama de modelos y la elección se limitaba bastante. El caso es que cuando se puso en circulación el SEAT 850, eso cambió, pues la gama estaba compuesta por varios tipos de carrocerías con las que se buscaba contentar a unos usuarios cada vez más exigentes.
Entre las opciones que destacaban en la oferta del 850, hay que mencionar, por ejemplo, la versión que creó SEAT y que no tenía réplica en FIAT, caracterizada por una batalla más amplia y cuatro grandes puertas laterales. Pero, la versión que más repercusión tuvo fue el SEAT 850 Coupé, que lucía una bonita carrocería de dos puertas diseñada por Dante Giacosa, que suponía el primer automóvil fabricado por SEAT que no tenía el objetivo de ofrecer un coche popular y versátil, para motorizar a la población. El 850 Coupé era claramente un coche más lúdico, más deportivo y desenfadado, que se posicionó, además, como uno de los coches más caros que SEAT tenía a la venta.
Con el 850 Coupé, SEAT ponía en circulación su primer deportivo, su primer coupé y se convirtió en un sueño para infinidad de conductores españoles, sobre todo porque no era un coche que todos se pudieran comprar. Mientras que un 600 rondaba las 65.000 pesetas y un 850 N las 80.00 pesetas, el SEAT 850 Coupé se iba hasta unas nada despreciables 105.000 pesetas. No hace falta sumar inflación ni hacer conversión a euros para que se aprecie la clara diferencia de precios. Era un coche exclusivo, como solo un deportivo puede serlo.
Menos de 50 CV y 140 km/h, ¡para un deportivo!
El 850, aunque una evolución del 600, contaba con un motor de mayor cilindrada y, obviamente, de mayor potencia, aunque como cabe esperar, hoy día parece poca cosa. Colgado tras el eje trasero había un cuatro cilindros de 847 centímetros cúbicos que rendía 37 CV, encargados de mover un conjunto muy ligero (714 kilos) a través de un cambio manual de cuatro relaciones. Este motor era el más potente de los dos que disponibles en su homólogo italiano y era el único que ofreció SEAT para el 850. Le permitía alcanzar una velocidad de 125 km/h.
Dicho motor y disposición mecánica era la que empleaba el 850 Coupé, no en balde, era una versión más dentro de la gama y además, era una configuración muy común en aquellos años. No obstante, para el Coupé se realizaron algunos cambios, como una mayor relación de compresión, árboles de levas con más cruce, colectores de escape específicos y carburadores Weber, extrayendo 10 CV adicionales. Es decir, el SEAT 850 Coupé contaba con 47 CV a 6.200 revoluciones y un par de 60 Nm a 3.600 revoluciones, que le lanzaban hasta una velocidad de 140 km/h. Sí, efectivamente, cualquier coche actual es más rápido, incluso con esa misma potencia se obtiene mayores velocidades puntas, pero debemos situarnos en el contexto. El SEAT 600 apenas era capaz de alcanzar los 100 km/h, el 850 rondaba los 125 km/h y muchos coetáneos tampoco eran más rápidos. El Renault Dauphine, por ejemplo, tenía una velocidad máxima de 117 km/h y el Citroën 2CV rondaba una velocidad máxima similar.
El SEAT 850 Coupé se fabricó hasta 1969, cuando se lanzó al mercado el SEAT 850 Sport Coupé. Según registros, se fabricaron 21.508 unidades, un éxito para un coche así en aquella época.
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