A finales de los años 90, SEAT estaba en plena ebullición. Volkswagen había dejado manga ancha –aunque no mucha– para el desarrollo de una nueva generación de modelos que metieran a la marca en pleno siglo XXI. Venía de tener bastante éxito con los SEAT Ibiza y Córdoba, así como con el sensacional Toledo, cuya primera generación cumplió en 2023 nada menos que 30 años. El SEAT León, diseñado por Giugiaro, se convertiría en la punta de lanza de la marca, y fue capaz de acaparar un nivel de ventas tan notable, que la propia Volkswagen limitó el desarrollo de nuevas versiones por miedo a que robara protagonismo a Volkswagen Golf y el Ibiza, cuya cuarta generación se encargó a Walter da Silva y que fue otro éxito de ventas capaz de eclipsar a Volkswagen Polo.
Por entonces, se tenía intención de que SEAT fuera la firma deportiva del grupo Volkswagen, algo así como un Alfa Romeo dentro de VAG –algo que al final ha recaído en CUPRA–, y se trabajó en ese camino, con modelos de diseño más desenfadado y deportivo, así como un comportamiento referencia en cada segmento. Incluso se comenzaron a presentar prototipos que hacían hincapié en esa idea de una SEAT deportiva, muy deportiva de hecho, aunque nunca se llegó a completar esa transformación. Entre los prototipos que se presentaron, destacaba especialmente el SEAT Fórmula, un coche que apareció a finales de los años 90, con motivo del salón de Ginebra de 1999. Vio la luz un año después de que se diera a conocer el SEAT Salsa, el coche que adelantaba como sería la segunda generación del León y como sería el primer monovolumen de SEAT, el Altea.
El SEAT Fórmula era un espectáculo, un despliegue técnico y tecnológico nunca visto en la marca: carrocería de fibra de carbono, chasis tubular de aluminio, suspensiones de paralelogramo… y un motor de cuatro cilindros 2.0 turbo con 240 CV a 5.800 revoluciones y 295 Nm de par, cambio secuencial con levas tras el volante y propulsión. Era un auténtico juguete capaz de acelerar hasta los 100 km/h desde parado en 4,8 segundos, y de alcanzar los 235 km/h. No había, ni hubo, nada igual con el logotipo de SEAT hasta ese momento y por ello, causó sensación.
Si el coche hubiera pasado a producción, habría sido un rival casi directo del Lotus Elise de aquel momento, tanto por prestaciones, como por concepción, tamaño y peso. Medía 3,94 metros de largo, 1,75 de ancho y solo levantaba del suelo 1,15 metros. Solo pesaba 900 kilos y tenía una relación peso potencia de 3,74 kilos por caballo, una cifra de la que solo los deportivos más potentes pueden presumir.
El motor estaba colocado en posición trasera central y procedía del Córdoba WRC, al igual que la transmisión. El habitáculo estaba desprovisto de cualquier cosa superflua, y claramente enfocado al disfrute de la conducción más pura, pues además, era un roadster puro, sin techo disponible. Las puertas eran de apertura en élitro, las llantas eran enormes y todo desprendía deportividad. Era un coche radical, quizá por eso no obtuvo el visto bueno del grupo Volkswagen para su paso a producción.
Hoy, el coche descansa en la famosa Nave A122, donde se encuentran todos los prototipos y la colección privada de SEAT.